domingo, 6 de enero de 2013

Pintar la música desde la locura: procesos creativos outsider



Poco se conoce aun en España el arte outsider— también denominado Art Brut o arte marginal—. Este término, acuñado por el escritor británico Roger Cardinal en 1972,  engloba las manifestaciones creativas producidas al margen de los circuitos artísticos y, en especial, las llevadas a cabo por personas con trastornos mentales que tienen una imperiosa necesidad de crear. En este sentido,  cualquier moda, influencia o corriente estética queda completamente aplastada por la expresión de un arte sin límites ni restricciones, por  el reflejo más puro y deshinibido de las pasiones humanas.


La Tesis Doctoral Procesos creativos en artistas outsider (Madrid: Universidad Complutense, 2010) de Graciela García Muñoz supone un importante punto de partida para los que quieran adentrarse en  este extraño mundo artístico. El trabajo, descargable desde el propio blog de la autora (http://elhombrejazmin.com/) , muestra las condiciones y procesos a través de los que cada artista outsider recrea su cosmogonía individual, esa necesidad de expresar su pequeño mundo a través de elementos tan dispares como caligramas, materiales textiles, laberintos de palabras, piezas de mobiliario, textos codificados, muñecos o series numéricas. La música, en muchos casos, también forma parte de este elenco de medios expresivos.
 

Nacido en Berna (Suiza) en 1864, Adolf Wölfli, con profundos trastornos esquizofrénicos y varios delitos a sus espaldas, pasó los 35 últimos años de su vida encerrado en un asilo para enfermos mentales de Waldaw (Alemania). Su primera etapa en el centro fue especialmente problemática: se dedicaba a sacudir a manotazo limpio a clínicos e internos con el mismo e indiscriminado entusiasmo. Sólo su mera apariencia  era motivo suficiente para atemorizar a todo el personal. Consciente de ello fue Julio Cortázar que, en La vuelta al día en ochenta mundos, nos lo presenta como “el gigante Wölfli, un montañés peludo y tremendamente viril, todo calzoncillos y deltoides, un primate desajustado incluso en su aldea de pastores.”


Ante la compleja situación, uno de los médicos decidió, como último recurso ,  regalarle un lápiz. Los efectos fueron asombrosos: de forma repentina, sus niveles de agresividad comenzaron a descender a la par que un desbordante brote de creatividad emergió plasmado en múltiples hojas de periódico. En Madness and Art: The Life and Works of Adolf Wölfli (Lincoln: University of Nebraska Press, 1992)  encontramos los escritos realizados al respecto por su psiquiatra, Walter Morgenthaler:


Cada lunes por la mañana Wölfli recibe un lápiz nuevo y dos grandes hojas de periódico sin imprimir. El lápiz tarda dos días en consumirse por completo; entonces Wölfli debe apañárselas con los restos que ha ido ahorrando o con lo que pueda conseguir de otros internos. A menudo escribe con fragmentos que no miden más de cinco o siete milímetros, o incluso con las puntas de mina rotas que sostiene hábilmente con las uñas. Siempre anda recogiendo papel de embalar y otros restos que adquiere de los guardas y pacientes de su área; de otra manera, se quedaría sin soporte pictórico mucho antes de la noche del domingo. En Navidades el centro le regala una caja de lápices de colores, que le duran como mucho dos o tres semanas.

 

Es así como empiezan a surgir toda clase de mapas, autorretratos, textos imposibles, collages y dibujos que reflejan sus aventuras imaginarias y su personal delirio de futuro en el que se ve a sí mismo coronado como San Adolf II. Por supuesto que, entre toda esta psicosis creativa,  había un importante lugar para la música. Y es que Wölfli veia auténticas piezas sonoras en muchas de sus obras. De hecho, no son pocas las que presentan, de forma obsesiva, continuas representaciones de notación musical. Insertada en los espacios vacíos de sus ilustraciones u ocupando, de forma explícita, toda la escena pictórica, la grafía sonora se hace latente una y otra vez. Quizá lo más curioso de todo ello sea que, cuando se le pedía a este pintoresco personaje una explicación de sus extrañas creaciones, se limitaba a enrollar una hoja de papel  para interpretar con ella, a ritmo de polka o mazurka, un solo de trompeta, como si su enigmático mensaje sólo pudiera tomar forma a través del sonido.

Un caso similar es el que representa el afroamericano  Melvin “Milky” Way (Carolina del Sur, 1954). Al igual que Wölfli, Way presentaba tendencias esquizofrénicas y creía que su obra pictórica debía ser entendida musicalmente. Profundo melómano, sabía tocar algunos instrumentos y llegó incluso a formar parte de grupos de Jazz y R&B. Su legado está formado por millones de mensajes indescifrables realizados a partir de un complejo entramado de textos, fórmulas químicas y ecuaciones matemáticas. Esta excéntrica obsesión la relaciona el escritor Lyle Rexer en How to look at outsider art (Singapur: Harry N. Abrams, Inc., 2005)  con ”la impresión de una elaborada revelación de orden oculto de las cosas, de las simetrías secretas del mundo capturadas mediante símbolos”. En cualquier caso, quizá solamente él pueda decodificar la musicalidad de sus creaciones:

 
 
 
 
 Charles Benefiel (EEUU, 1967) es otro artista outsider  que a los 30 años  fue diagnosticado  con ciertos desórdenes obsesivo- compulsivos. Sus composiciones dan fe de ello: largas listas  de series numéricas  aparecen de manera infinita sugiriendo experiencias musicales, visuales y matemáticas. Además, en muchas ocasiones, Benefiel recurre  a círculos y puntos  para manifestar lo que el denomina como un “lenguaje sordo”, una especie de sistema de comunicación mucho más concreto y delimitado que el que poseemos. De hecho, según su propio testimonio, contar todos esos puntos es su mejor método a la hora de estructurar mentalmente todo el proceso creativo.
 
 
 

sábado, 5 de enero de 2013

Bernie Krause: tras el canto de la naturaleza

 

Biólogo, músico e ingeniero sonoro, el americano Berni Krause ha dedicado cuarenta años de su vida a la búsqueda y  recolección de lo que él denomina como soundscapes, paisajes sonoros. Se trata de una nueva discilplina, la biofonía, encargada de registrar y estudiar de manera sistemática las manifestaciones acústicas de la naturaleza.
 

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